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EL RECUERDO DE JUAN VICENTE GOMEZ



EL RECUERDO DE JUAN VICENTE GÓMEZ
Hecho basado en la vida real
Los personajes usan el lenguaje coloquial de la época
Año: (1970)

Eran apenas las seis de la tarde, lluvia torrencial, el cielo permanecía forrado con un velo gris culebreado. En el pequeño pueblo de Gancho Seco se anegaban las calles con las lágrimas del cielo, matándolas en un légamo amarillezco.

Aquella tarde de tez de pizarra vieja, guarecía Julián bajo un frondoso Samán, árbol que la fuerte brisa parecía quebrarlo y hacia besar el suelo con sus ramas. Julián hurgaba con los pies, el légamo anaranjado y esperaba impaciente, sus rasgos jóvenes denotaban el sufrir más profundo, pálido y tembloroso se acariciaba el lampiño mentón y otras veces se acurrucaba entre sus propios brazos, como queriendo espantar el maldito frío que lo torturaba.

-¡Hey compadre Servelión que hace hay parao! buscando que le dé calentura, pase pa la casa hombre, ¡no esté hay de majadero!
-¡Tranquilo compaicito! es que estoy esperando aquí una cuestioncita, de esas que se nos meten hasta el tuétano de los huesos, yo no me meto en su casa ni amarrao, venga viento, salga sapo o salga rana o venga lo que sea.
-Mire compadre, mire que enenantico se murió Venancio entiesao por tá haciendo malos desarreglos, déjese de esas tonterías que ya uste es mayorcito. ¡Venga! pase pa ca, no joda tanto, aquí le tengo un cafecito con leche bien calientito y sabroso.
-No se apure ¡que caracha! cierre su puerta y su ventana, yo voy horita pa’ ya, uté sabe, déjeme solo y con Dio.
¡Virgen Purísima!

-Arcadio cierra la puerta. Julián se queda ensimismado, inmóvil, recostado del tronco del frondoso samán, recordando las palabras de sus congéneres.
Mire compaicito venga pa mi casa, allí le puede partir un rayo la cabeza, salgase de ahí.

-No sea tonto mi compay, yo estoy aquí esperando una cuestioncita, no es pa tanto.

Inclino el rostro y fue resbalando paulatino sobre la corteza áspera del samán hasta caer sentado en el barro. Sentado en la tierra mojada hundió el rostro escondiéndole entre las piernas, no sintió el escalofrío del hambre, el latigazo del frío, ni la garra del tiempo hurgar en sus entrañas, traspasándole el estomago de lado a lado.

Unas lágrimas díscolas rodaron amargas por sus mejillas que se confundieron rebeldes con la lluvia y después bailaban alborozadas penetrando suave en el cieno turbulento; sus delgados y ágiles dedos aprisionaron la carne y las uñas, desgarrando piel hasta hacerse sangre.

levantó el rostro enloquecido y un grito infrahumano, como de un demonio encadenado surgió de su garganta, cuya sonoridad fue apagada por el fragor incesante de la lluvia y del fulgor de los truenos y rayos lejanos; luego otro alarido, otro y otro más hasta quedar callado, en silencio, su mirada lejana, dulce y noble se transformo en diabólica y demente, un cúmulo de celos se abatió sobre Julián, el hombre de los ojos azules se apoderaba criminal de los pensamientos alborotados de Julian, rompiendo la barrera de sus sueños y en la ilusión en su querida, en un otrora había creído en su querer  invencible.

Llego la noche sibilante como serpiente que ataca silenciosa, su oscuro veneno pinto de negro el panorama mientras el firmamento develaba una luna  golpeada por los densos nubarrones.
Se disipó la tormenta y con la despedida tormentosa reingreso la larga cabellera lechosa y transparente de la luna, escampó de súbito y los gallos volvieron a elevar sus cantos afinados, sin embargo, Julián permanecía en el mismo lugar, esperaba impaciente, entre sus lágrimas entumecidas, casi congeladas y sus manos aferradas a la carne destrozada.

Se encendieron los mechones y como espadas de luz ámbar se tendieron en los porches y en las calzadas.  Un minúsculo rayito de luz nocturna le acaricio el degradado rostro, entristecido sonrió, su helada sonrisa broto mustia de sus labios morados e inexpresivos, se arregló el sombrero, luego se levanto paulatino, ominoso se estremeció al sentir el frío, se terció el mapire donde siempre guardaba aquel viejo revolver, un recuerdo o herencia que le había otorgado  el tío Eswits, y a su tío se lo había regalado Juan Vicente Gómez, cuando trabajaba como Comisario General en Yaguaraparo. Un 28 de diciembre, dos días antes de fallecer, el tío Eswits se lo había regalado con unas palabras.

-Mijo, yo me voy a morí, pero espero que conserves esto que te estoy dando, es como si te lo estuviese dando Juan Vicente Gómez, es su recuerdo.

Lo extrajo del mapire desenvolviéndole de un harapo, lo beso ceremoniosamente, se persigno con la mirilla de la boca oscura del cañón, lo amartillo repetidas veces y le saco brillo con los dedos.  Sorprendido por el acto improvisado que hacía, observo nervioso a los lados, como si temiera que alguien lo estuviera mirando y ocultó el arma con ligereza.

Comenzó a caminar arrastrando los pies, sin importarle el lodo y los excrementos de los animales domésticos. Una manada de perros correcalles comenzaron a ladrar y a gruñirle.

El camino distante, voraz en locuras tenebrosas y recuerdos locos como gusanera en el estomago, lo devoro, su figura borrosa se fugó entre los densos cañaverales rumbo a su rancho, el cual se localizaba en las adyacencias de las haciendas de su patrón.

Julián tenía tres meses residenciado en “Yaguaraparo” las razones eran oscuras, había asesinado a un malandro en la Capital y estaba huyendo, se había traído a Flor García, era hermosa, procedente de la “ciudad del Otro Lado de la Frontera Colombiana.

Julián mientras caminaba atrapado por el hombre de los ojos azules (celos), recordaba profundamente y con ira las palabras de su hermano Francisco:

-Pero como yo soy tu hermano y salimos de la mismita cepa te voy a soltar el cuento, yo no sé si en verdad son ciertos los rumores pero cuando el río truena, es porque piedras trae. Hace una semana que eso esta regao poalli, por todas parte mi hermanito de sangre, por todas partes…

Y así con pensamientos mil sucumbiendo ante una diabólica paranoia sudaba a chorros.

En la distancia se escuchaba el ladrar de los perros correcalles, el canto del aguaitacamino y del Chaure (Búho) presagiando el final de un desenlace infiel…

Silenciosa pasaba la noche cuando retumbaron cerca de las hacienda del patrón de Julian cinco disparos,  retumbaron una y otro vez en los pensamientos de los lugareños y en el eco de las montañas, un sexto disparo alerto la curiosidad de los pobladores, un silencio de muerte repentina con olor acre, sangre y pólvora se extendieron con horror en el caserío…

El fin fin dejo oír su augurio de muerte y en las altas cúspides de los arboles humedecidos, la Piscua también pronosticaba la muerte Julián había inventado un viaje esa tarde.

-A Gueno muje yo voy pale mi hermanito José morales, voy a pasar dos día poallá en su casa, voy vé si él me arreglo lo de la otra vé, así que me preparas alguna ropita que me voy en la tarde dioi.

Al llegar a su rancho sigiloso, silencioso y precavido se allegó hasta la habitación, allí los encontró enlazados vestidos con el traje de Adán, embriagados de pasión frenética, la infiel gozaba con su nuevo macho, hundida abrasiva entre su pecado adultero. La furia de Julian impulso el ultimo vomitó de fuego del viejo artilugio. Julian no sufriría mas el despecho y la ignominia de su mujer, el último disparo lo enterró en su corazón.

Un grito de espanto y desconcierto oscilante, barrió esa madrugada en un día dominguero de pascua, las calles del pueblo mortecino.

Eliad Jhosué Villarroel

LOS ENTIERROS MALDITOS


LOS ENTIERROS
(A modo de prologo)

Después del fallecimiento de varios de los Ruices Oduardo en Yaguaraparo y la marcha de sus descendientes de vueltas a España, surgieron otros colonos atraídos por la fertilidad de las tierras, surgiendo apellidos como: Gómez, Venturini, Borgo, los Felce y los Ravelo.
Surgieron en la faceta del ambiente pueblerino, “señores” de la época, compradores y fundadores de grades extensiones de terrenos, cuyos al enriquecerse emigraban a otros lugares para disfrutar de sus fortunas.
Como no existían bancos financieros en aquella época, cuantiosas fortunas en oro (morocotas), plata y otras de cobre, eran depositadas en baúles de madera de cedro, cazuelas o “tinajones” de arcilla cocida. Estas riquezas eran guardadas celosamente por sus propietarios, cuyos a veces la enterraban en un sitio determinado y marcado “por si las mosca” se extraviaba en la oscuridad de la tierra.
Al fallecer el dueño del tesoro o de súbito por accidente, enfermedad, asesinado o por otra incidencia, el tesoro oculto se perdía, quedando al transcurso a expensa de quien lo encontrara primero.
A partir de los años 1950 los entierros en la población de Yaguaraparo, comenzaron a ser descubiertos en sus adyacencias, convirtiéndose esta manifestación en una tradición popular, codiciada y terrorífica.
Para poder tener posesión de un entierro había que ser designado por el espíritu del difunto que  en otrora fue dueño de la fortuna enterrada. Comentaban que el muerto desandaba en pena y para tener descanso eterno, tenía que entregarle su tesoro a un elegido, porque el entierro pasaba a ser maldito si era guardado en las entrañas del suelo.
El difunto se le aparecía en sueños y visiones al elegido, explicándole con detalles donde estaba el entierro y le anexaba a sus apariciones constantes, ciertas instrucciones, con la finalidad que su alma descansara en paz. El elegido quedaba en el deber  de efectuarle 30 misas después de haber sacado la pequeña fortuna. Otra razón para realizar las misas era de acuerdo a la riqueza en general del entierro.
Si el elegido no cumplía con el convenio, misteriosamente perdía fácil el dinero y quedaba en la ruina, algunas veces moría en forma misteriosa y en accidentes dantescos sus amados más cercanos
Este acontecimiento asombroso y totalmente real pasó a ser una tradición en el quehacer cultural del pueblo y se extendió la fama del hecho folclórico en toda la región. Esta manifestación del tesoro, cual había que sacarlo a media noche, fue dividido en dos maneras: el entierro maligno y el entierro benigno.
El primero consistía en que tenían que ir dos o tres a sacar el entierro, convidados por el elegido y donde el muerto imponía las reglas:
“Vayan dos y venga uno”
Ó “vayan tres y vengan dos”
El segundo entierro o el benigno se constituía generalmente en el de la 30 o más misas.
(Esto es un relato basado en la vida real)
EL ENTIERRO MALDITO
Terror a media noche
            Eran las tres de la tarde.
Manuel Sucre lucia su traje dominguero, calzaba alpargatas suela de cuero y tapaba su brillante calvicie con un sombrero “pelo de guama”. Después de terciarse entre pecho y espalda las finas correas del mapire, se ajustó bien el cinturón para luego con parsimonia introducir en el mapire, un “cuartillo de ron Paují”.
Manuel Sucre sale del bahareque destartalado por los años, al sentir la fresca brisa en su curtida piel de campesino, por un momento siente diminutas agujas de luz que irrumpen la claridad de sus pupilas y casi cegado por el fulgor de la tarde, parpadea violentamente para despejar de las retina la intensa claridad del sol.
            Se acomoda el mapire en la espalda, terciando la correílla sobre el hombro, sin dejar de tocar repetidamente el envoltorio en el interior del bolso de tejidos de palmas. Era el “Cuartito de Ron que había preparado con ácido muriático y mientras palpaba aquella muerte anunciada, hacía memorias explorando su reciente visione y su ambigua ambición lo trastocaba, esto le recordaba las palabras que el espíritu del difunto le había expresado bien claro, “vallan dos y venga uno” con este pensamiento macabro, macilento aligeró el paso.
            Al adentrarse en una de las calles encintadas con arbustos y hierbas del viejo caserío, allí lo vio,  jugueteando con el polvo de la acera, era inocente aquel muchacho de anguloso rostro y espaldas anchas, el hijo de su compadre, al que había destinado como ofrenda de sacrificio al espíritu del entierro. Se acerco paulatino a Melecio, sus ojos brillaron con incandescencias malignas.
- ¡Melecio! ¿En qué estas pensando?
- ¡Don Manuel! lo estaba esperando, aquí está lo que me mandó a comprar.
-¡Haaa! El litro de Ron, dámelo para echarme un traguito.
            El muchacho de gruesas y callosas manos, extendió la botella, esta al coincidir con la luz solar fulguró como fuego en la sabana. Don Manuel Sucre se empinó la botella hasta la mitad, ni siquiera parpadeó, los ojos porcinos se entrecerraron más para mirar con recelo a Melecio, un salvoconducto a su desgastada pobreza.
  -¡Oye! Muchacho, estás preparado, te pagaré bien tu trabajo. ¿Ya sabes? ¡Es una cosa de misterios! De esas que dan miedo ¡Pero bueno! Yo soy un hombre de bríos y no le temo ni al propio mandinga.
-Eso lo sé Sr. Yo lo ayudaré en su faena, si usted me paga bien ¡ya sabe! Necesito esos plata para poder comprar la hacienda a Doña Lucrecia, ella se va ¡sabe! Y si yo no lo hago, otro lo hará por mí.
-No te preocupes, solo te pido que no le digas esto a nadie, necesito que me des tu palabra de hombre, nuestra labor es un secreto.
-Usted sabe Sr. que yo soy hombre de palabra y honor, cuente conmigo para sacas su tesoro, ese que usted había heredado de su tatarabuelo Eutanacio Sucre. Quien usted dice que fue familia del General Antonio José de Sucre.
-Bueno hijo, toma estos cinco reales y un chelín para que te compres algo de licor, te espero a las 11 de la noche en la vuelta del ahorcado, más arriba, en Cerro Blanco, ahí mismito esta lo que desenterraremos de las entrañas de la tierra y mañana serás dueño de esa hacienda en que tanto sueñas y podrás casarte con la picara de Rosenda.
-¡Sr.!
-No digas nada, yo soy hombre de cuentos y caminos, he recorrido mucho mundo. ¡Bueno ya sabe que hacer!
-Si Don Manuel.
            Don Manuel se aleja entre las calles, donde transitaban cochinos, perros, burros y gallinas. Marcelino lo vio alejarse, hasta que fue devorado por la espesura del camino del enmarañado sotobosque.
            Son las 11:00 de la noche, se escucha el chirriar de los grillos y el canto del aguaitacamino, la montaña se ve tenebrosa, algunos aullidos de perros lastimeros interrumpen a veces el concierto de la noche.
Marcelino espera agazapado, oculto entre el follaje del camino, en una de sus manos porta un machete, el cual suelta chispa de brillante níquel,  al incidir el reflejo lunar en su filo limpio y amolado, en la otra una botella de Ron,  con apenas un dedo del tinto liquido rojizo, el licor era para agarrar brío y valentía en aquella noche espectral que se lo engullía todo en un santiamén. Un leve sonido de hojarascas secas al ser pisoteadas lo sobresalta, entrecierra los ojos intentando ver en aquellas tinieblas diabólicas y distingue algo que se acerca, es apenas un punto rojo ígneo por donde surge y se escapa un humo azulado, que esfuma con la brisa helada. Al acercarse aquel ojo quizás producto de su imaginación, pudo distinguir la larguirucha silueta de Don Manuel Sucre.
-¡Don Manuel!
-¡Muchacho! ¡Con cuidado! Mira que en estos montes te puede picar una Cascabel o una Terciopelo.
-No se preocupe Sr. Yo estoy preparado. Las cuaimas me tienen miedo.
-¡Anja!
-¿Bueno donde empezamos?
-Tranquilo, sígueme, es allá en Cerro Blanco, tenemos que caminar una hora, estaremos allá exactamente a las 12:00 de la noche.
            Don Manuel Sucre extrae del mapire un antiguo mechón y encendiéndole prosiguen el camino. Minutos después que llegan al sitio indicado por el difunto a Manuel, en el silencio de la oscura noche, iluminados por el débil fulgor del mechón de kerosén, inician la excavación con picos y palas. Arduo es el trabajo por la endurecida piel del suelo montañoso, el sudor corre a raudales y se adhiere a las camisas embadurnadas con el barro rojizo y legamoso.
-Esto si esta hondo mi señor ¿No será esto un embuste de parte de su abuelo, perdone mi entremetimiento?
-¡Caramba muchacho! Menos palabrería y más trabajo. Yo creo que estamos cerca.
            Interrumpen aquel corto dialogo para seguir hiriendo debilitados, aquellas tierras malditas. Una brisa fría y húmeda se llevó el eco de la sonoridad escabrosa del pico y la pala, apagando levemente la llama amarillezca de la lámpara de fabricación domestica.
Hombres y paisajes se fundían con la triste luz de la farola, en la distancia algunos cantos de gallos pronosticaba el final de aquella noche y los ladridos de los perros exaltaban la premonición de la muerte.
-¡Aquí, aquí Don Manuel, aquí está!
-¿Donde que no veo nada?
            Don Manuel se restriega los ojos y con la punta de la camisa se limpia bruscamente el sudor de la frente, perturbado ve el lumínico brillo del oro atrapado en el fondo de un triste tinajón, deteriorado por el tiempo. La alegría lo invade, toma el oro en sus manos y limpia las monedas sobre la piel del pantalón humedecido, las muerde, las besa, las lanza hacia arriba como envuelto por una locura demencial y abrazando eufórico al muchacho le susurra suavemente al oído.
-¡Muchacho esto hay que celebrarlo!
Hala el mapire que se localiza al lado de aquella bóveda de tierra y extrae un “Cuartito de Ron”, lo destapa suavemente y echa un poco sobre la madre tierra, olvidándose por la emoción de la codicia y aquel oro que lo encandilaba, olvidase que aquella bebida estaba envenenada por el mismo,  echando un poco del aquel licor sobre la tierra exclama bullanguero:
-¡Este es para el difunto!
            Y al culminar su empobrecido agradecimiento se escancia hasta la mitad el líquido rojizo.
-¡Toma muchacho, brinda conmigo!
            Marcelino toma deprisa aquella bebida demoníaca en su manos, cuando decide tomarla se detiene de súbito y queda congelado al observar que Manuel Sucre desorbita sus ojos, abre la boca de par en par por donde salía un humo azulado y grita espantosamente.
            Manuel Sucre siente unos latigazos enfurecidos en el estomago y de repente se acuerda del ácido muriático que había mezclado con aquella bebida infernal.
¡Ayúdame muchacho, me estoy muriendo! Fueron sus últimas palabras antes de caer pesadamente en el mismo hueco que cavo con sus propias manos.
Marcelino arroja la bebida entre el follaje y tomando todo el tesoro huye despavorido, devorado por la espesura oscurecida.
            Una ráfaga mortal se abatió en la alameda y el alma de Manuel Sucre se escapó como viento hacia el vació, la muerte se lo llevaba sin retorno al mismo infierno, donde lo esperaba con ansia el amo de las tinieblas.

Eliad Jhosué Villarroel

EL CAZADOR DE LA MONTAÑA


Una leyenda supersticiosa de la zona alta del municipio Cajigal en el Estado Sucre, al nororiente de Venezuela. Según la memoria oral de los habitantes de esa jurisdicción, cuentan que fue real y varios cazadores nocturnos fueron golpeados por esta sombra espectral que ellos denominaron "EL CAZADOR DE LA MONTAÑA, cuyo infundía temor y al parecer pegaba un grito que dejaba sordo a quien le oía de cerca.

La tarde moría maquiavélica, el sol agonizaba detrás de las bastas montañas tenebrosas y el canto de las aves dormían en espera del nuevo alba.
- Oye Compadre Demencio ya es tarde, llego la hora de prepara el campamento, tenemos que apresurarnos porque en estos días de solsticio desanda en estos lugares El cazador.
- Caray compa patricio, todavía cree usted. En esas cosas de superstición, eso que salto en el monte fue un Chaure, un sucio y pendejo Chaure,  si logro encontrarlo hoy le juro por mi madre que me lo echo al pico.
- Mire compadre con esas cosas no se juega, yo creo que es mejor persignarnos y rezar algunas oracioncitas, no sea que el bicho ese vuelva para acá y nos pierda entre el monte.
- Yo le voy a pedir un favor, no me siga contando esos cuentos chinos, te pareces a Venancio.
- Por San Juan compa, le estoy advirtiendo algo, usted Sabe, además no se le ocurra contestar el saludito ese.
-¡”Quiara”!
Un nuevo grito más espeluznante se barrio electrizante en el ambiente. Patricio miro aterrado a Demencio y presintió sus intenciones.
- Voy a seguir a ese Cazador que usted dice, quiero saber que animalejo salta tan alto, o quién sabe si fue un vuelo o un arrastre por el frio suelo.
- No se le ocurra, el cazador pierde a la gente y luego le hace maldad.
- Caramba, dejase de esa lavativa, usted como si tienen el cerebro zarataco
- No sea usted tan zorocho compadre Demencio,
- Recuerde amigo mío, se lo estoy advirtiendo.
- Vamos pues, no sea cobarde hombre.
- ¿Qué? Para allá no voy ni amarrado, conmigo no cuente para esa aventura, si quiere vaya solo, a mi no me conviene, se lo que me espera y con el demonio no se juega.
- Pareces la tripa e puerco con que hacen el chorizo, estas mas cagado que un palo de gallinero, ya verá lo que le hago a ese cazador, mañana no lo estaremos cenando en el rancho, se lo voy a entregar fresco a la vieja Tirsa para que me lo prepare con bastante ají y pimienta.
- No sabe lo que dice compa.
Patricio Hernández ve entristecido y lleno de terror como Demencio Martínez se perdía entre las penumbras del la selva montañosa, cabizbajo se dirigió paulatino y sigiloso a la cueva del santo, allí pasaría la noche acompañado por las crepitantes llamas de una pequeña fogata y rodeado por los sanguinosos anofeles pata blanca del paludismo.
Pasaron las horas nocturnas y patricio no podía conciliar el sueño, una densa oscuridad rodeaba la cueva y la pequeña fogata, expandía débil sus haces de luz entre el cálido refugio.
El incesante zumbido de los patas blanca en las orejas lo enloquecían y sus ojos vidriosos no se despegaban de la entrada de la cueva, esperando ver el cuerpo de su compañero de Caza.
Un ramalazo de escalofrío recorrió su espina dorsal, causando un electro show en sus nervios que se paralizaron al oír de nuevo el grito del Cazador.
Apretó contra su pecho la pajiza, largo rato quedo mirando las penumbras del valle y así quedo absorto, como hipnotizado, bulliendo de sus pensamientos quebradizos lo que le sucedería a su compadre, vomitando su imaginación supersticiosa quedo suspendido, hasta que el sueño se apodero de su voluntad y se quedo dormido.
Y de repente al amanecer sucedió lo inevitable, un grito aterrador se escurrió desgarrador en el silencio ignoto de la cueva.
Patricio despertó sobresaltado, se levantó como un resorte y saltó al exterior de aquel refugio de rocas, giro bruscamente su cabeza en varias direcciones, buscando afanado lo desconocido y de repente se volvió a repetir el grito una y otra vez, brotando de la espesura salvaje de los árboles en semi penumbra, de las rocas inamovibles y hasta de la misma tierra.
La sangre de Patricio se congeló por instantes en las venas, apretó el arma con fuerzas, se lleno de valor y se entremezcló temblando en la espesura verde, corrió despavorido con lágrimas en los ojos, sentía que le pesaban las botas montañeras, los pies y hasta los gruesos pantalones, busco huellas, algún destino incierto que lo llevara hasta aquellos gritos infernales y sintió miedo, un temor profundo que lo trasladaba hasta el aliento acérrimo de la muerte.
Un ave negra rondo sobre su cabeza, eso le pareció de mal agüero y más allá el canto de una Piscua silvestre retumbo en el alba, despertando como rayo de luz el ambiente campesino.
-¡El coño e tu madre!
Pronuncio Patricio al Pájaro, como queriendo espantar lo que provenía con enigmas de aquel ave supersticiosa, el cual le presagiaba con su canto lúgubre,  la muerte de un familiar o de alguien cercano. Corriendo de aquí y allá, dando zancadas, tropiezos, caídas, topetazos y cuando menos lo esperaba en medio del camino lo encontró, sangrante, herido, estropeado y desnudo.
-¡Compadre! ¿Qué le paso mi compaicito?
Trémulo y desconfiado a aquel cuadro macabro, se acercó a Demencio y tomándole en sus brazos lo montó en sus hombros y rápido se fue cuesta abajo con su carga humana en dirección al caserío de Gancho Seco, mientras su compadre moribundo le balbucea entrecortado.
- ¡Ay compadre! si yo le hubiese hecho caso eso no me hubiese pasado, era verdad lo que me dijo, era el mismísimo mandinga, si hubiese visto lo que me hizo.
- ¡Yo se lo conté mi compadre, yo se lo conté!
- ¡Ay mi compadre  llevarme a casa!, estoy jodido, estoy que me quemo, me estoy muriendo, llevarme a casa por favor, llevarme a casa mí compaicito… estoy reventado, todo el cuerpo me arde, me punza, me duele..
- Tranquilo que ya vamos para allá, pero ante tengo que llevarlo ante el curioso Pancho, él sabrá
que hacer para que le saque el espanto del cazador.
Desde esa ocasión, Demencio y Patricio no cazaron en lo que les quedo de existencia. Si alguna vez visitan a Gancho Seco de Yaguaraparo en Venezuela,  no se le ocurran salir de noche de Caza, dicen que Demencio Hernández desanda, buscando a quien cobrarle lo que le hizo una noche: “El Cazador de las Montañas”

LA BRUJA VALENTINA


LA BRUJA VALENTINA
Terror  de vampiros humanos
Hecho basado en la vida real
Los nombres de los personajes son reales: amigos, hermanos y paisanos, gente de mi noble tierra. En esa época tenía 8 años y el nieto de valentina, Rumualdo Beismal,  era mi hermano inseparable.

Valentina García amiga personal en mi niñez, era madre natural de Pedro Peroza, un caballero honorable y culto que siempre andaba descalzo, rumoreaban en el pueblo que se convertía en las noches más oscuras en mono o en tigre Palenque, la oscura intención de la mutación salvaje: sembrar pánico entre sus amigos, enemigos y ejecutar en lugares privados el hurto de animales domésticos, en especial, el robo de gallinas criollas.

Valentina era una anciana correosa, insulsa, engarrotada, lerda, los muchachos de la calle las tablitas le decían la vieja tortuga,  porque era paulatina,  poseía una piel apergaminada a sus huesos y un promontorio de corpachón por espaldas.

La Vieja Valentina siempre andaba encorvada, su cara arrugada e inundada de verrugas y arrugas se mantenía en una constante expresión de tragedia. Su pelo díscolo y blanquecino como neblina ahumada se esparcía en todas direcciones, su cabello alborotado dejaba escurrir en el ambiente un intenso olor a aceite de coco, el cual utilizaba como acondicionador para peinarse.

En sus labios nunca faltaba un Cachimbo, tabaco o una “Mascada”, eran consecuente sus esputos terrosos y sus toses cavernosas, aquel espurriarte liquido manaba de sus entrañas como llama cancerosa que le quemaba las entrañas.

Su casa era angosta, dos ventanas y una puerta en el frente, en el interior tenía una sala, un pequeño pasillo, un solo cuarto donde descansaba ella, su hija Macaria y sus nietos: El Indio Beismar, Nino y Margarita.

En la parte posterior y final del pasillo un cubículo para el fogón que servía de cocina y a su lado derecho una letrina. En el patio posterior, detrás del fogón un pequeño jardín donde crecía con demarcada ufanía un solo árbol que nosotros conocíamos como: “Pata de Vaca”. Al final del patio, estaba construida con palos y desperdicios de madera, una destartalada caballeriza donde residía el Pollino “Ojos de niebla”

Decían en el pueblo que las brujas siempre se acompañaban con un gato negro, Valentina enigmática tenía un gato azabache que se llamaba Lucifer, era de pelaje suave, brillante y negro desde las garras hasta la punta del lomo,  además panzudo,  peludo y extraño el color del cristal de sus ojos, uno era de color amarillo luna y el otro de un azul marino grisáceo. Sus pupilas brillaban en el día como perlas recién extraída de su coraza marina y de noche como dos puntos de partida de una explosión volcánica.

Hacia contraste con la mediana mascota, Saturnino, un perro grandullón de negro pelaje como la de Lucifer, sin embargo, era un tanto opaca y sin brillo. Sus patas delanteras y traseras eran arqueadas, cuerpo fornido del medio hacia arriba.

Como guardián domestico era flojo y remolón como ningún otro perro de su raza callejera. En las noches de luna el gato corría en estampidas locas sobre los techos de hojalata (Zinc de Aluminio) de las casas, los estrépitos eran tan infernales que despertaban una cuadra entera, mientras que Lucifer aullaba, imitando desafinado a  los lobos Norteamericanos.

Valentina en las noches más tórridas y obscuras volaba convertida en pájaro negro en busca de sus víctimas para chuparle la sangre y robarle las energías elementales del alma. Siempre regresaba en las madrugadas antes de salir las cabelleras del sol y se apoderaran de la noche con su brillante parsimonia. Valentina aun en su tiempo senil continuaba su labor, en diversas noches acaloradas se escuchaba a su hija Macaria proferirle:

¡Mama dejas de esa tontería! Usted es una mujer muy vieja para esas cosas, dele pena continuar con ese trabajo. ¡Termine ya con eso!

Pese a los términos de la señora Macaria, la vieja valentina continúo en ritmo ascendente su labor nocturna. Sucedieron muchos casos de Chupados en el pequeño pueblo de Yaguaraparo, entre ellos el del Sr. Tello Medina.

En las mañanas más claras se despertaba tambaleante, demasiado débil para un hombre fuerte como el roble. En su carne aparecían insólitas profundas marcas de moretones que lucían brillantes y negruzcas como morcillas recién cocidas, en la puerta principal de su casa inexorables aparecía gruesos charcos de sangre como si alguien los hubiese vomitado a propósito.

En el pueblo se corrían los rumores como regueros de pólvora.
-Una bruja se está chupando a Tello.
-¿una bruja?
-Sí y es espantoso, la sangre la vomita en la puerta de la casa, si tu vieras te horrorizarías.
-¿Y no sabes quién puede ser esa bruja?
-Dicen y que es una bruja.
-¿Dios mío! (se persigna)
-Para bruja palo e piñón y una tijera entrecruza con palma bendita y el salmo noventa y uno, si señor, para que tu veas como amanece el otro día.
-Así fue como le hicieron la otra vez a la Minadora, prepararon la cruz de palma bendita en la puerta, le colocaron sobre la Biblia una tijera en Cruz y fabricaron un chaparro e piñón cruzado con siete dobletes, uno sobre el otro. Dicen las malas lenguas y la mía que no esta tan buena, que a medianoche a las doce y punto llego la bruja a chuparse a su víctima, pero la bruja no sabía que la estaban velando y cuando llego zas sintió el primer jetazo en su cuerpo, trato de salir de aquella habitación pero la cruz de palma bendita, la Biblia y la tijera no se lo permitieron.
-Madre de Jesús y que le paso a la bruja.
-Fueron fuetazos sobre fuetazos en la humanidad de aquella avesta maloliente y demoníaca.
-y la bruja no se quejaba del castigo
-¡Qué va! Soportaba en silencio aquella lluvia de golpes que le propinaban con furia a matarla.
-pero manita, dicen que si amanecen dándole de golpes al espíritu, el cuerpo de la bruja permanece en su casa, incluso que si esto ocurre y raya el alba el cuerpo queda boca abajo y si alguien no la auxilia muere en una agonía profunda y dolorosa, ella misma se ahoga en su sangre. ¿Dime que paso en este caso?
-lo que paso fue que el golpeador no tubo suficientes energías para amanecer dándole de trastadas a la maldita, se agoto y se descuido por unos momentos.
-Jesucristo! ¿Y qué paso? ¡Cuéntame!
-La Bruja se escapo con gran estrépito, una bulleria infernal que despertó a los vecinos del castigador. ¿Sabes lo que le paso a la bruja cuando despunto el sol?
-no, cuéntame.-Amaneció grave y después de vivir tres días de inmensa agonía murió en los brazos de su concubino.
-Ay no, pobrecita
-Eso le pasó por profesar su inmensa maldad, el que le hace mal a los demás, temprano lo veremos caer en su propia deshonra.
-No serás tú una bruja Candelaria, me dijeron y que te la pasas comprando velones negros y comprando tierra a los muertos en el cementerio
-Zape gato contigo María Eugenia.

Llegando valentina a ser demasiado vieja se trastoco de la mente, brincaba el muro que separaba las casas como si de un jovenzuelo se tratase, andaba desnuda y descalza, era un pergamino de piel estropeada que le forraba los destartalados huesos.

Su rostro llevaba demasiados surcos, sus ojos dos cuencas hundidas y profundas donde se podían ver dos espejos negros empañados por el tiempo, hacía ruidos guturales, parrafeaba cosas extraña de sus labios, sin embargo, mantenía una energía elástica, propia de los seres que viven de la fe de lo desconocido.

Un día grisáceo murió la vieja Valentina, levantaron sus restos de aquella desvencijada cama y la posaron en el umbral de una urna de madera de cedro, a su alrededor la habían adornado con flores silvestres y varias velas de fabricación casera.

A las 10:00 de la mañana enviaron por el Cura Ricardo Tapia que llego poco después, ataviado con su bataola blanca que le llegaba mas debajo de los tobillos, una túnica morada echada sobre sus hombros y en sus manos la Biblia Católica, a su lado el monaguillo con el hisopo, el agua bendita y el incensario. Cinco reales le costaba aquella operación piadosa a los dolientes.

La pequeña sala estaba a medio concurrir por los familiares de la difunta Valentina, un olor a café se expandía aromático en la casa acompañado por una “entina” a cigarros, tabaco,  sopa de sardinas y a pescado salado.

El Cura mando a levantar la tapa oscura del ataúd de madera pintado con brea fresca y adornada con cruces de palmas, un rosario y figurines deteriorados de Santos. El cura se dirige a su auxiliar para que se acerque e inicia su labor persignándose y rezando,  cuando arroja el agua bendita a la fallecida esta despierta de súbito y se abalanza sobre el cura, lo abraza y estrujándole con gran fuerza exclamaba:
-¡Sálvame padre, sálvame del demonio que me lleva, ayúdame por favor, el mandinga me quema!..
El Cura Gualberto Tapia sintió que se ahogaba, que le robaban la energías del alma y comenzó a luchar contra aquella fortaleza diabólica, ella trataba de apretar con más fuerza, el de soltarse de aquella prensa humana, luego de un breve tiempo de lucha, el cura desesperado logra desasirse de aquel abrazo impregnado de fe y esperanzas y salió de la casa en estampida desenfrenada, calle abajo como si el demonio lo perseguía, gritando enloquecido.
¡Dios mío este es obra del diablo! y profiriendo estas palabras surgidas una y otra vez de su boca desmesurada,  no paro de correr alborozado y asustado hasta la Casa Parroquial. Dicen que el cura Gualberto Tapia pasó varios días con fiebre, delirando y viendo en visiones a la Bruja Valentina.

Pocos días después expiro la vieja Valentina, a quien el Cura Gualberto Tapia no quiso darle las bendiciones cristiana por temor a otro drama de la difunta. El Gato Lucifer desapareció días después misteriosamente, se creó un rumor causado por la superstición cultural del pueblo, comentaron que en una noche de luna llena, el maléfico gato negro fue al cementerio y cavando en la tumba de su ama se auto enterró con ella.

El perro Saturnino se volvió tácito, tristón y noctámbulo. En las penumbras nocturnas aullaba lastimeramente, mientras gruesas lágrimas rodaban de sus ojos lagañosos. Un mes después de la muerte de su ama fue arrollado por una pesada gandola, muchas personas vieron como lo trituraba con las ruedas traseras, sin embargo Saturnino no murió.

Aquel perro moribundo fue arrojado al patio posterior de la Casa, había quedado como un vegetal pero sus aullidos como un llanto de niño se expandieron ligeros todos los días a las doce y punto de la noche. Macaria lo bañaba con jabón azul y le cubría las profundas heridas con cal y ceniza, a pesar de ello las moscas hicieron su nidal en su cuerpo y le bulleron miles de gusanos blancuzcos como el arroz, Saturnino se fue pudriendo en vida.

Fueron casi treinta días de agonía, Macaria cansada de aquellos lamentos y de sacarle diariamente gusanos con una astilla de madera lo mando a votar. Lo introdujeron en un viejo saco de pita y lo llevaron hasta la Sabana del Russian, allí lo abandonaron a su suerte.

Esa misma noche volvieron a escuchar aquellos quejidos lastimeros, fue una sorpresa que los dejo helados, indecisos, imprecisos al desconcierto, con estas dudas decidieron con cierto temor trasladarse hasta el “Fondo” allí estaba, quieto, sumiso, moviendo la punta de la cola y en sus ojos un brillo de odioso hielo, su hocico tenía espumarajos de sangre mientras dejaba entrever sus largos colmillos, su piel aguijoneada por los gusanos de la inmundicia, brillaba incandescente a la luz pálida de la luna del menguante.

Macaria realizo otros intentos, sin embargo Saturnino siempre reaparecía, lo más extraño, el perro no caminaba, sus patas traseras pendían de varios tendones y huesos reventados. No tuvieron más opción lo enterraron en vida.
El pollino Ojos de niebla fue lo único que quedo de la Bruja Valentina, aun lo mantiene vivo y después de servirle durante muchos años el hijo mayor de Valentina, Pedro Peroza.

Si alguna vez pasan por Rió Caribe o Carúpano, visiten a la Iglesia Católica y pregúntenle al Cura Gualberto Tapia si esta historia es verídica.

La Casa fue demolida en los años 80 por el Sr. Gustavo Peñalosa, el cual le realizo una nueva remodelación. Sin lugar a dudas, la familia Peñaloza Longart nose imaginan que allí desanda el espíritu de la Bruja Valentina.

Original de: Eliad Jhosué Villarroel