PADRES BURRO DE BURROS.
Eliad Jhosué
Padre y madre ¿estás tratando a tus hijos como es debido? si tienes
duda que lo estés haciendo adecuadamente, lee esto y después medita… este relato corto en igual es para todo aquel
educador que imparte enseñanza en un aula.
En un salón de clase de primaria una maestra les pregunta a sus
alumnos.
¿Quiero saber que quieren ser ustedes cuando sean grandes como sus
amados padres? se dirige a uno de sus alumnados y le pregunta.
.- ¿a ver Petrica maría puedes
decirme?
Petrica se levanta un poco tímida y contesta con su dulce inocencia:
.- ¡yo quiero ser como mi mamá maestra bonita!
La maestra la mira sonriente y le vuelve a preguntar:
.- ¿y qué hace tu mama Petrica linda?
Petrica abre los brazos en señal de grandeza y contesta:
.- ¡quiero ser enfermera! mi madre es enfermera mi maestra querida.
Dichosa de aquella circunstancia de influencia maternal la maestra
pide a los niños aplaudir a su alumna amada, luego señalo con la palmeta a otro
de sus alumnos y le hace la misma pregunta.
.- a ver Alejandro Antonio ¿qué le gustaría ser a vos querido alumno
mío?
El niño se levanta con gran entusiasmo y mirando a sus compañeros se
enorgullece, sus lindos ojitos negros como noche sin luna brillan con aquella
ternura que le dan sus padres en el seno hogareño y grita entusiasmado.
.- ¡quiero ser como mi papá!
.- ¿y que trabaja tu padre mi
querido alumno?
.- ¡mi padre es carpintero y ebanistero y quiero ser como él!
Y así se fueron pasando los minutos y todos contestaban lo que querían
ser cuando llegaran a crecer como sus
padres, decían entre su dulce y profunda inocencia infantil que serían:
ingenieros en sistemas, médicos, aviadores, policías, agricultores,
periodistas, albañiles, arquitectos, ingenieros civiles, comerciantes y entre
tantas labores profesionales e informales que hoy pululan en el mundo.
En aquellos momentos de aplausos y de gran felicidad entre aquel
pequeño salón, de pitidos, vítores y de inocencia, faltaba uno, cuyo siempre se
sentaba en el último pupitre y en esa ocasión tan primorosa e importante se
había ocultado detrás de su asiento. era su asiento favorito, le había escrito
su nombre con un marcador indeleble, el pupitre se veía sucio, enmarañado,
triste y solitario, tenía muescas de hojillas en su madera, incisiones de
navaja, garabatos extraños bocetados en la superficie o textura liza de la
madera y hasta un pajarillo muerto había pintado.
¿Dónde está Manuelito José?
Cuando la maestra mencionó aquel nombre todos enmudecieron, se hizo un
silencio sepulcral, de tristeza, de temor, así duro breves instantes, hasta que
uno de los alumnos rompió la quietud.
.- Maestra se escondió detrás
del pupitre, exclamó Pedro Juan con cierto temor.
La educadora sintió que una lágrima fría se deslizaba por su mejilla,
ella entendió el padecimiento del niño triste y tiernamente le dijo a Manuelito:
.- Manuelito, hijo lindo, haz el favor y sal de tu escondrijo, no
tengas miedo, yo te quiero mucho mi amor, eres mi ángel bello.
Y aquel niño triste sintió que su corazón palpitaba fuerte, las
palabras de su amada maestra lo inspiraban, lo llenaban de vida, de dulzura,
algo le decía en su tierno corazón que aquella maestra era su vida, lo mejor
para lo mejor y levantándose como un
resorte embutido, le dijo alegre a su bienhechora y tutora:
¡Quiero ser un burro maestra!
¡Ah! fue el gesto de expresión en aquella hora, creando estupefacción
y singularidad en aquel pequeño cubículo de enseñanza escolar y la hilaridad no
se dejó de esperar y las carcajadas infantiles rompieron aquel hielo
infrahumano. Muchos se orinaron de la risa, otros se quedaron mudos, guardaron
silencio porque sabían lo que les tocaría en el recreo.
La dulce tutora se quedo boquiabierta, sin saber qué hacer ante aquel
cuadro inhóspito, como un robot con las pilas agotadas se acerco al niño
triste y tomándole en brazos lloró con él y lo llevase hasta su escritorio y
secando sus lágrimas le volvió a preguntar;
¿Amor mío, niño bello, niño de mi corazoncito, niño de dios, porque
dices eso?
Todos guardaron silencio esperando saber cualquier cosa de aquella
ininteligible respuesta, el niño triste se enjugó una lágrima gruesa de los
ojos y le contestó muy cabizbajo a su educadora.
¡Mi mami y mi papi me dicen que soy un burro! y terminando de decir
aquello tan amargo partió en un llanto y todos los niños le acompañaron en su
tristeza integral.
Padres del mundo tengan conciencia, cuiden su influencia personal diaria
para con sus hijos o hijas, ustedes son su espejo y lo que oigan y vean de ustedes
eso serán en el futuro…