Lectura solo para adultos.
EL TRAVESTÍ Y CEFERINO CIENFUEGOS
En memoria de aquellos que han sido infectados de SIDA y que por su causa han quedado en el olvido
Historia de la vida real
Cierta noche oscura y sin luna, Ceferino Cienfuegos, hombre mujeriego, aventurero y parrandero, se allegó desbordado de placeres mundanales a un Bar tipo Discoteca, localizado en el Centro de Caracas, en la Capital de Venezuela.
Cuando tenía tres horas en aquel ambiente de vicios y tertulias, ya estaba bajo algunos tragos y el cuerpo le urgía alguna chica para compañía.
Estaba distraído escuchando la música ambiental, cuando observó hechizado como entraban tres hermosas damas, se sintió un caballero conquistador y pensó ir al baño con la intención de conquistar a la más bonita, una rubia de ojos verdes, con sendas tetas, tremendo caderón y unos glúteos de película, estaba bien trajeada y de paso con una mini falda que le dejaba entrever hasta la raíz de su almohadilla.
Ofuscado por los efectos del licor, su sangre envenenada por los placeres de aquella bebida de fuego que le indujo cierta valentía, se decidió arrimarse a la candela y antes de la medianoche ya tenía a aquella dama haciéndole compañía en su mesa. Entre cigarrillos, chascarrillos, sorbos entrecruzados de bebidas y besos sin discreción, la cuestión paso al baile y del baile a un taxi y de un taxi a un hotel de poca monta.
Cuando llegaron a la puerta de la habitación aquello era incontrolable, la pasión los envolvía entre un torbellino de locura incendiada y los “jamones” de lenguas anudada se escuchaban como casquillos en la distancia, las "agarraderas" de tetas y de nalgas eran una contante, pero tocar el bollo tierno y esponjado de la moza, nada, era el plato para la entrega total, así lo entendió Ceferino, estaba mañosa y le daba de manos cada vez que intentaba tocar su suave almohadilla, cuya estaba guardada bajo un blúmer de seda gruesa y delicada. El bollo tierno y abultado aquel que recordaba con ansias violentas, un recuerdo profundo que lo había hipnotizado en la Discoteca, recordaba en vivido esplendor a la hermosa mujer cuando entrecruzaba coqueta sus lindas piernas y le enseñaba el codiciado montículo de venus forrado con aquella tela de seda.
Cuando por fin se arremolinaron como salvajes en la cama, ella se postro en cuatro y le dijo que se lo enterrara con fuerzas por su ano que estaba por estallar de ganas, se le afloraba como una flor de azalea y que se hinchaba deseando que la atravesara. Para que no le tocara la araña, le dijo que tenía la menstruación, sin embargo, eso no le mermaba los deseos que la hacían vibrar hasta la médula con intensidad inesperada.
¡Hazme tuya varón! Eres mi caballero, entiérrame tu espada que me rompa toda, me traspase la garganta y me salga por la boca.
Le grito entusiasmada con las venas vuelto un bojote de sangre envenenada.
¡Apaga la luz que me derrites! ¡Cógeme por favor! me tienes excitada al máximo ¡Te deseo dentro de mí! después te haré una buena mamada que te subirá al cielo.
Y terminando aquella charla frenética para entrar al acto coital, Le susurro suave y melosa la bella dama:
Me encantan las penumbras para hacer el amor contigo. ¡Apaga la luz amorcito corazón!
y así lo hizo el incauto, sintiendo por sus mejillas acaloradas, descorrerse alborozado un río de lunares de sangre alborotada. Cuando se montó para cabalgar en aquella yegua desbocada, enloquecido de deseos que lo torturaban, cegaban, trastocaban la lucidez emocional y le hacían volar sin tener alas, sin pensarlo dos veces, apresurado le apretó el bollo que tanto anhelaba coger entre sus manos e ingrata fue su sorpresa al escuchar dos grititos simultáneos, el de ella al ser descubierta y el de el mismo al descubrir el macabro hallazgo, al tocar algo duro que se estiraba, peludo y con dos bolas que colgaban.
¡El c… de tu m... eres un sucio maricón!
Vociferó enardecido y enfurecido encendió la luz, desesperado contempló absorto una visión perturbadora y desagradable, cuya le desposó de su borrachera y encanto que le hechizaba y pensando a cien por minutos en su hombría rota, se imagino en segundos el chalequeo que sería fruto por parte de sus amistades más queridas y conquistas féminas. Lo tomo por el cuello mientras el suplicada y pedía perdón por la escena tornada, Ceferino endemoniado lo estrujo lo más que pudo y empujándole violentamente contra la pared, le gritó desaforadamente.
¿Por qué no me dijiste nada?
¿Por qué no me aclaraste que eras un travestí?
¡Perdóname!
Gritaba el homosexual, mientras Ceferino airado en todo su haber y sintiendo la pérdida de su dignidad varonil lo zarandeaba, le zurró tres derechazos tipo Roky Balboa que lo mandaron a la porra, cayendo patas arriba sobre la cama y luego fue a parar al suelo rodando como una zorra acosada, luego le propinó una zurda arremolinada tipo Muhamab Ali en un ojo que casi lo mata, este golpe lo envío al final de la habitación, llevándose con gran estrépito lo que por el medio encontraba y finalmente una fulminante patada voladora a manera de las golpeadas de El rey Pele, cuya lo mandó a correr desnudo hacia las afueras del hotel, como alma que lleva el diablo.
Ceferino se fue del Barrio Petare de la ciudad de Caracas, durante años nadie lo ha vuelto a ver. Al Travesti siempre se le veía en las esquinas oscuras de las barriadas de Caracas, buscando a quien devorar. Hace años murió de Sida, sin embargo, nadie lo lloro o lo recuerda, pero al Gran Ceferino si, la gente en una oscura interrogante se preguntan si Ceferino despareció del mapa a causa de su vergüenza o quizás había fallecido a causa del mismo mal infecto contagioso, contaminado por el travestí. A Ceferino muchos todavía lo esperan para chalequearlo, pero se morirán con las ganas.
Aun a pesar de los años pasados, en el barrio recuerda bien a un hombre que creía en el honor y la caballerosidad, un varón de respeto y mujeriego que no se sabe hasta la actualidad donde está sumergido.
Si lo ves me lo saludas, se llama Ceferino y vivía en Petare.
Eliad Jhosué Villarroel